Fuente: La tercera | Puedes leer la noticia original aquí.

En 1976, las psicoanalistas británicas Susie Orbach y Luise Eichenbaum fundaron The Women’s Therapy Center en Londres, un centro de psicoterapia que hasta la fecha busca entender y analizar las dificultades a las que se enfrentan las mujeres a través del contexto cultural y sociopolítico que las rodea, considerando que los procesos sociales tienen una incidencia directa en los procesos individuales –y viceversa– y que las mujeres no son solo sujetos de su propia historia, sino que agentes activas en el cambio de las condiciones que les generan sufrimiento. Más que hechos aislados o individuales, según proponen en el centro, las dificultades son en gran medida colectivas y tienen que ver con un sistema de dominación imperante. Con la apertura de una segunda sede en Nueva York, las psicoanalistas sentaron las bases de lo que actualmente se conoce como psicoterapia feminista y empoderamiento femenino.
En los años posteriores escribieron Between Women: Love, Envy and Competition in Women’s Friendship, y relataron que en la medida que las mujeres persiguen objetivos profesionales y personales, el apoyo que buscan de sus amistades puede verse opacado por sentimientos de envidia, ira y competitividad. En el libro, al igual que en las charlas y artículos de los que han participado desde entonces, plantean que desde que nacemos, las mujeres nos enfrentamos a desafíos y barreras por el solo hecho de ser mujeres. Hemos sido situadas en un lugar de inferioridad y se nos ha posicionado como segundas e incapaces, por lo que también se nos ha hecho sentir que estamos constantemente en falta. Y eso ha estimulado un sentimiento de competitividad.
Cuando una mujer se siente inadecuada o insegura de sí misma, explican, le traspasa o proyecta sus malos sentimientos a otras y otros para que puedan sentirse incómodos. “Es posible que las mujeres no estemos seguras de que merecemos o somos dignas de una comodidad, y eso es lo que motiva la envidia hacia con alguien que parece sentirse cómodo”, explica Susie Orbach en un artículo en el medio británico The Guardian. “¿Cómo se relaciona esto con el disgusto personal que sentimos las mujeres? La misoginia no es algo ajeno a nosotras. El patriarcado no funcionaría si lo fuera. Lamentablemente, tenemos nuestra propia ambivalencia sobre nosotras mismas y sobre otras mujeres, que pueden activar fácilmente ciertos sentimientos de odio. Pero lo que las mujeres realmente quieren es liberarse de las exigencias y ansiedades en torno a su apariencia, forma y tamaño”.
Como explica la socióloga y Coordinadora del Observatorio de Género y Equidad, Teresa Valdés, hablar de una posible envidia entre mujeres es también hablar del dolor que hemos sentido históricamente. Un dolor que conecta y que tiene relación directa con una cultura que nos ha disminuido y que nos ha inhabilitado en muchos sentidos. “En cierta medida, la envidia es un lastre cultural. Es la acumulación de siglos de menosprecio y de explotación a la que hemos sido sometidas como género. En ese contexto, la envidia surge desde el haber sido excluidas, además de la dificultad para reconocernos a nosotras mismas”. Porque como explica la especialista, nos han educado de una manera tal que la importancia siempre ha sido puesta en los deseos y necesidades del otro, y este termina siendo el mecanismo por el cual finalmente miramos a ese otro deseando el reconocimiento que tiene y no siendo capaces de identificar nuestros propios deseos. Porque nunca se nos ha hecho entender que son importantes y que están al mismo nivel.
Como explica la antropóloga y académica mexicana, Marcela Lagarde, en su ensayo La Soledad y la Desolación (2017), desde muy pequeñas nos han formado en el sentimiento de la orfandad: nos hemos sentido que necesitamos del otro para estar completas y se nos ha hecho ser profundamente dependientes del resto. En esto Teresa Valdés concuerda: “La frecuencia con la que las mujeres sentimos dificultad para querernos a nosotras mismas y valorarnos como somos es el terreno de cultivo para sentirnos disminuidas frente a otro. Estamos sintiéndonos siempre en déficit, entonces claro que si vemos a otra persona que está disfrutando y está contenta, deseamos esa satisfacción. Si sentimos envidia, es en la medida que hay un contexto que nos ha posicionado siempre desde la inferioridad”, explica.