Gaditana de 26 años, está en proceso de liberación y lo cuenta para reinterpretar su propio silencio y culpa. Tardó en ver que aquello no era «lo normal» y durante siete años guardó aquel «secreto especial»
Fuente: ABC
Por Érika Montañés
6 de octubre 2023
Contarlo. Es, por raro que parezca, lo más duro de la tortura que relatan las víctimas de abusos sexuales en su niñez como Carmen Corrales. Hoy tiene 26 años, pero a los 10 sus padres la dejaban bajo la protección de sus abuelos maternos. Ellos estaban «al cuidado». Es lo que «se supone que tiene que pasar». Pero él abusaba de ella pidiéndole que guardara ese “secreto” tan especial que los unía y su abuela «lo sabía y consentía». «Tras el primer episodio de abusos, es todo muy raro. Sabes que algo no va bien, cuando me recogieron mis padres de la casa de los abuelos te das cuenta de que hay algo que no es normal, pero no tienes la capacidad de conocer qué pasa». Remover esto no le provoca otro sentimiento que «asco».
Han pasado muchos años antes de que la joven trabajadora de un supermercado en Vejer de la Frontera (Cádiz) salga a la palestra y diga a todas luces que fue una niña abusada por su abuelo, que eso la dejó hundida, que el único refugio que halló fue la comida con la que trabó una relación de ansiedad y que había mañanas en que pensaba que «o lo contaba» o se tenía «que quitar la vida».
«Los abusos duraron tanto tiempo, cuatro años, porque yo disimulaba. No ponía resistencia. Pensaba: ‘ya está’ y callaba. Haces lo imposible para que no sospechen. Caí en depresión. No dormía, fue todo un caos. Lo sufres a escondidas, no sabes si tus padres te van a creer, tienes mucho miedo, pero aparte es que no encuentras las palabras para describir qué te está ocurriendo ni la gravedad de lo que te sucede. Eres una niña». Y eso, contrarresta, que ella encontró muchas horas de buena compañía en la lectura y sí sabía expresarse con corrección. Ni aun así encontró el vocabulario preciso para romper el silencio.
Por problemas ajenos la familia rompió con los abuelos y ahí «terminó» su condena física, aunque la emocional no hacía nada más que comenzar. Le tiembla la voz. Tres años de silencio después en su casa estalló «el llanto más desolador que he oído en mi vida. Nunca he visto llorar con tanto desconsuelo como ese día cuando mi madre se enteró de que la razón por la que yo siempre estaba mal era su padre. Solo decía a mi padre: ‘¡Mátalo!’ Imagínate lo que sentía ella».
Fue un día que la hermana segunda de Carmen logró sacarle el secreto de las entrañas. Arropada por su entorno, Carmen se armó de coraje para ir al cuartel de la Guardia Civil de Barbate y el agente soltó una frase –«si es tan grave, ¿por qué has tardado tanto, o es que te acabas de acordar, niña?»– que no ha podido borrar de su memoria. Contarlo a desconocidos se hace aún más difícil, asegura.
Declaró cinco veces, superó dos revisiones forenses que confirmaron que su abuelo abusó de ella, pero sigue esperando un juicio que no ha llegado en 8,5 años y que es lo único que le permitirá «pasar página». Junto a la terapia psicológica que pagaron sus progenitores y que la «salvó», agradece. Haberse perdonado ha sido el primer paso para su «liberación». «Es curioso pero mi abuelo se fue del pueblo y ya, hasta ahí, pero la víctima arrastra siempre la condena, a mí me sigue dando miedo todo». Tiene pareja y aún revive escenas que la atraviesan. Con temor, pero lo ha contado. Como hoy en ABC.