Las mujeres venezolanas en el mundo nos juntamos bajo el #YoTeCreo. Ya no puede haber marcha atrás.

Fuente: washingtonpost.com | Puedes leer la noticia original aquí.

Una mujer venezolana grita consignas a favor de la oposición en Madrid, España, el martes 30 de abril de 2019.

María Laura Chang es periodista venezolana en Argentina, especializada en derechos humanos, salud y migración. Es impulsora de la Red de Periodistas Venezolanas y forma parte de Chicas Poderosas.

El 19 de abril se hicieron públicos, mediante una cuenta de Instagram, testimonios de al menos seis jóvenes que relataron haber sufrido acoso y abuso sexual durante su adolescencia por parte del vocalista de una banda de rock venezolana. Esto impulsó, sin proponérselo, una ola de denuncias en redes sociales que involucró a músicos, escritores, profesores, directores de teatro, artistas, periodistas, y personas de distintas áreas, al tiempo que unió por primera vez las voces de mujeres dentro y fuera de Venezuela en una etiqueta.

El #YoTeCreo tuvo una respuesta masiva, a diferencia de otros momentos en los que víctimas de abuso se atrevieron a hablar sobre sus experiencias en público. Los testimonios aislados que vimos entre 2017 y 2020 no encontraron mucho eco en el país, aún cuando en Estados Unidos, España, México o Argentina, por ejemplo, se habían tejido redes de mujeres alrededor del #MeToo y el #NiUnaMenos.

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Pero esta vez fue diferente. Ocho días después de esa primera publicación, artistas y figuras de la cultura que además de Venezuela viven en Estados Unidos, México, Colombia, entre otros países, se organizaron por medio de WhatsApp, crearon las cuentas @yotecreovzla y lanzaron un manifiesto en contra de la violencia de género en Venezuela titulado #NiSolaNiMalAcompañada. Empezaron así a moldear el movimiento que había surgido de forma espontánea: le dieron cauce a muchas de las denuncias que estaban circulando y a otras que llegaron a sus buzones. En 8 días procesaron 565 denuncias.

Hubo que hacerle frente a detractores que exigían que las denuncias tuvieran un sustento legal, que dudaban de las víctimas. Algunos hasta expusieron los nombres de las mujeres que eligieron el anonimato para dar a conocer sus historias, así revictimizándolas. Entonces, el sucidio de un conocido cronista y poeta que había admitido utilizar su fama para acostarse con adolescentes también jugaba en contra de ese río de voces. Quisieron desviar la atención y culpar a las víctimas de esa muerte por un supuesto “linchamiento” en redes sociales. Pero no lograron silenciar el movimiento.

A lo interno ya se estaba dando esa incómoda y necesaria conversación. En los ocho grupos en WhatsApp que comparto con personas venezolanas se hablaba del mismo tema. En cuatro de ellos, mujeres compartimos nuestros casos de abuso frente a amigos, familiares o colegas. La frase “lejos pero no ausente” tomó sentido: muchas hablábamos de experiencias vividas en Venezuela estando hoy en el exterior, y esos relatos convivían con otros de aquellas que siguen en el país.

El #YoTeCreo también se nutre de la diáspora. Dispersas entre las más de 5.6 millones de personas que salimos del país en los últimos años, las mujeres venezolanas que nos fuimos vimos en nuestros países de acogida que aquello que teníamos normalizado no tenía que ser la norma. Notamos que la sociedad en la que crecimos no solo se había erguido sobre una base sexista, sino que se nos hizo creer que la agenda de las mujeres no era prioritaria. En Venezuela siempre se anteponía aquello que era considerado más urgente: la crisis humanitariaeconómicapolítica, y la pandemia, como si nada de esto afectara de forma desproporcionada a las mujeres.

Por eso cuando algunas salimos de Venezuela y vimos que en los países receptores, como Argentina Chile, las mujeres organizadas exigían políticas públicas y leyes para hacerle frente a las desigualdades de género y a la violencia femicida, entendimos lo que hasta el momento solo las activistas feministas alertaban dentro del país: no podemos seguir callando, no podemos seguir siendo ignoradas.

Hablamos de un país en el que la cifra de femicidios aumentó 53% en un año, llegando a 256 en 2020; donde la feminización de la pobreza supera al promedio regional; donde no existe acceso a la salud reproductiva y cuando las mujeres quedan embarazadas son obligadas a parir en situaciones aberrantes, por eso muchas se ven obligadas a irse del país, incluso embarazadas, aunque al salir tengan el riesgo de caer en redes de trata de personas. Y si no existe opción más que quedarse en casa por la pandemia, también corren peligro porque es allí donde se cometen la mayoría de los abusos.

Parece que las mujeres venezolanas estamos legalmente desamparadas en nuestro país. El Observatorio Venezolano de Derechos Humanos de las Mujeres alerta, en el informe alternativo ante la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, que no existe un plan nacional para combatir la violencia de género, que no hay protocolos para la investigación de femicidios y que aquellas víctimas de violencia que se atreven a denunciar a sus agresores, no cuentan con albergues ni servicios de atención legal o psicológica. De acuerdo con un informe de 2017 recopilado por Amnistía Internacional, de las pocas denuncias por violencia de género que llegan a las instancias estatales, el 96 y 99% se quedan sin respuesta.

Sobre la impunidad reinante puede dar fe Linda Loaiza, quien lleva 20 años luchando para obtener justicia luego de ser abusada sexualmente, mutilada, agredida y torturada. Ni el dictamen de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que falló en su favor en 2018, le ha significado una retribución por parte del Estado venezolano.

Por eso indigna la repentina preocupación del régimen venezolano que aprovechó la ola para iniciar averiguaciones en contra de algunos de los que habían sido acusados. Pero antes de confiar en que un régimen que detenta el poder desde la ilegalidad impulse un cambio, quienes confiamos en que tarde o temprano tendremos una Venezuela democrática y menos hostil para las mujeres, sentimos alivio al ver que finalmente la incómoda y postergada conversación sobre violencia de género ha llegado. Y no importa en donde estemos, vamos a insistir: este río debe empapar a todas las instituciones: universidades, escuelas, academias, empresas, sindicatos, partidos políticos, y cualquier otro espacio que atente contra nuestra seguridad.

A partir de ahora no hay excusas para hacer la vista gorda ante el abuso de poder, no hay forma de retrasar la adopción de protocolos y de revisar las formas de relacionarnos en todos los espacios físicos y virtuales. El #YoTeCreo es un llamado que hacemos las mujeres venezolanas que, desde adentro y desde fuera, estamos conscientes de que no contamos con garantías estatales pero sí entendemos que la construcción ciudadana va más allá del espacio físico. Y sobre todo es una mano, un hombro y un empujón para las víctimas que nunca antes habían sido escuchadas para que ya nadie más tenga que callar.

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