
16 abril 2025
En los últimos tiempos, la IA (Inteligencia Artificial) está adquiriendo una importancia inmensa. Independientemente de que llegue a ser capaz de hacer lo que algunos auguran –más con una intención publicitaria que otra cosa– el hecho es que, con toda probabilidad, va a traer algunos cambios sociales. Ya nos están avisando de que tendrá incidencia en el mercado laboral, así como en áreas relacionadas con el conocimiento, como la ciencia misma, y también en el sistema educativo. Asimismo, ya empieza a ser un factor clave en la geopolítica internacional. Naturalmente, esto implica un gran negocio para las empresas que están desarrollando la IA. Y poder. Esa es, sobre todo, la cuestión: el poder. Y cuando hablamos de poder, las mujeres somos apartadas.
La situación actual es que las grandes empresas de la tecnología de la información (Apple, Microsoft, Google, Meta, Amazon, IBM, OpenAI…), que son las que tienen el control de la IA, están dirigidas todas por hombres, muchos de cuyos nombres conocemos, y, además, hombres de un cierto perfil (dejo a la libertad de la lectora poner el adjetivo adecuado). No hay mujeres en la esfera pública ni como cabezas visibles del sector ni como interlocutoras sociales en este asunto. Las mujeres han quedado al margen. Naturalmente no quiere esto decir que no haya realmente mujeres desarrollando en la IA un trabajo de primer nivel y en algunos puestos directivos, pero no en la primera línea en la que se toman las decisiones más importantes y se está ante el gran público como un estandarte.
Y esta ausencia de las mujeres está ocurriendo en un campo, el de la informática, en el que las mujeres han tenido una presencia decisiva en sus comienzos y en su desarrollo. Las mujeres fueron las primeras programadoras informáticas, y la misma palabra ‘computadora’ (en femenino originariamente) viene de que, antes de la computación, las mujeres eran las encargadas de hacer los farragosos cálculos matemáticos. Haciendo un breve repaso histórico, recordemos que Ada Lovelace es considerada la primera persona programadora de la historia al describir un algoritmo en el siglo XIX, mucho antes de que se inventasen los ordenadores. Durante la Segunda Guerra Mundial, un grupo de seis mujeres estadounidenses fueron las que programaron el primer ordenador digital general (el ENIAC) sin ningún manual ni indicación previa. Años después, Grace Hopper, también estadounidense, desarrolló el primer compilador o programa que traducía el lenguaje humano al lenguaje de la máquina. En la llegada del hombre a la luna, las mujeres también tuvieron un papel imprescindible tanto en el desarrollo de software como en la realización de los cálculos matemáticos. Todas estas mujeres y muchas otras realizaron un arduo trabajo sin el debido reconocimiento, por considerarse entonces una tarea femenina.
Así que lo que cabría esperar en el presente, con más mujeres formadas que nunca en la historia y con leyes igualitarias en nuestras sociedades, es que las mujeres tuvieran una fuerte presencia e influencia en el sector, por la tradición y el peso histórico acumulado. Pues no es así. Y no se puede pensar otra cosa más que se ha producido una marginación y apartamiento activo de las mujeres por parte de los hombres en cuanto vieron la importancia estratégica de la informática, de Internet y, más ahora, de la IA. En fin, la conocida historia del trabajo de base hecho por mujeres cuyos frutos recogen los hombres cuando la actividad resulta ser rentable y otorgadora de poder.
La guerra por desarrollar la mejor IA se está convirtiendo en una guerra de machitos, y ahí las mujeres nunca hemos pintado nada. Si todo sigue igual, parece claro que las mujeres no vamos a decidir nada respecto a la IA. Ya hace unos pocos años, en los albores del salto que iba a dar la IA generativa, Google despidió, de manera sintomática, a sus dos principales directivas, mujeres, del departamento de ética tras haberse mostrado críticas con las políticas de la empresa, entre ellas el sexismo. Es cierto que se puede argüir que otros grupos sociales también están siendo apartados del control de la IA. Pero, en el caso de las mujeres, es especialmente grave porque no solo somos el 50% de la población, sino que sufrimos las políticas abiertamente sexistas. No se trata solo del sesgo machista, más o menos solapado, que han demostrado tener los datos y los algoritmos de la IA, sino que, de manera explícita y descarada, se está trabajando en asistentes robóticos sexualizados asistidos por IA, que imitan características fisonómicas femeninas, para realizar las tareas que se siguen considerando como propias de las mujeres: la asistencia, el servicio doméstico y –¡cómo no!- el servicio sexual. De esta manera, se perpetúan los estereotipos sexistas y se amplia la opresión simbólica hasta el mundo digital inteligente.
Así que es imprescindible una visión feminista correctora de los sesgos e inclinaciones que está tomando la deriva de la IA. De hecho, toda teoría humanista debe sentirse interpelada ante cualquier derrotero que amenace con deshumanizar a la humanidad o marginar a una parte de ella (así como, por otro lado, debe estar concernida por el peligro de humanizar a una tecnología de naturaleza digital). De hecho, la IA podría convertirse, bien utilizada, en un gran instrumento contra el sexismo y a favor de la igualdad. Si no lo conseguimos, y las mujeres y el feminismo quedan al margen de la toma de decisiones, solo nos quedará la resistencia activa o pasiva ante lo que nos impongan.
Fuente: Tribuna Feminista
Por: Laura Ortega (Doctora en filosofía por la Universidad de Barcelona)