Aprendió a leer desde muy pequeña, siempre tuvo buena memoria y desde los 4 años quiso dedicarse a la actuación, oficio que aprendió de uno de los mejores intérpretes del país, el actor Gustavo Rodríguez, su padre. En 2021 se despojó de sus miedos, escogió su bienestar y denunció que fue víctima de abusos sexuales. Hoy la actriz, escritora y cantante de 35 años es consciente de que cada día es un ejercicio en el que debe sobrevivir a sí misma
Fuente: El Nacional
Por Alba Freitas
20 de octubre 2023
Desde que estaba en el vientre de su mamá, la actriz, escritora y cantante Grecia Augusta Rodríguez Rodríguez estuvo en contacto con el arte. Su madre, la actriz venezolana Gabriela Rodríguez, quedó embarazada de ella durante la telenovela Inmensamente tuya, que se grabó en el estudio 3 de Venevisión. Aunque reconoce que suena fantasioso, estuvo en contacto con la actuación incluso antes de nacer. A los dos años, recuerda, vio a su papá, el fallecido primer actor Gustavo Rodríguez ensayar La Revolución de Isaac Chocrón junto a Mariano Álvarez, dirigido por Armando Gota. Era muy pequeña para entender el trasfondo, pero algo dentro de sí la hizo sentirse cómoda en las tablas. Sabía que allí podía respirar con seguridad. No tuvo dudas: ese era su lugar.
Grecia Augusta Rodríguez se define como una niña precoz. Aprendió a leer muy pronto, siempre tuvo buena memoria, era ocurrente y curiosa por naturaleza. A los 4 años, después de ver a sus padres actuando, decidió ser actriz. Se lo confesó a su padre, quien la miró algo asustado antes de decirle que los actores deben ser extremadamente estudiosos, infinitamente cultos y, sobre todo, respetuosos. Por eso, todo actor debe leer, le recalcó. Luego extendió su mano hacia la biblioteca y sin siquiera reparar en dónde estaba el libro que quería darle, sacó Un actor se prepara de Stanislavski. Grecia Augusta Rodríguez se lo leyó en tres días dispuesta a convertirse en actriz, volvió a hablar con su padre y le preguntó qué más tenía que hacer. Así comenzó su formación en el mundo de las artes, guiada y aconsejada por uno de los mejores actores del país.
Poco después, la inscribieron en la Escuela Nacional de Música Juan Manuel Olivares, donde aprendió a tocar piano y a cantar. Quería ser como María Callas o como su papá, aunque ahora reconoce que eso fue un error porque no cultivó su individualidad sino hasta que se hizo adulta. También formó parte de la coral infantil del conservatorio, siempre ávida por aprender, conocer y leer. Sobre todo, leer, un hábito que cultivó desde pequeña.
Cuando llegó el momento de escoger qué carrera estudiar, Grecia Augusta, hoy con 35 años de edad, quiso intentar con Física en la Universidad Central de Venezuela. Pero su papá fue orientándola para que no se perdiera en el camino. “¿Física? Me fue poniendo la ruta cada vez más angosta. Sabía que quería ser artista. Y me dijo: si eres músico y eres cantante, estudia Artes y te vas por música. ¿No lo más lógico?”.
Y comenzó, entonces, a estudiar Artes en la UCV, mención Música. No ha terminado la carrera, pero espera entregar su tesis este año y recibir su título. Ha aprendido que tiene que ser consecuente con lo que se proponga. “Como crecí en esto para mí era natural ver a la gente haciendo teatro, pero no por eso yo estaba en el teatro. Esa fue mi gran incoherencia durante muchos años, yo pensaba que al estar con mi papá yo era parte. Pero yo soy una actriz que alguien consideró para un papel apenas hace nueve años. Uno tiene que trabajar su propio destino a pulso y a voluntad”.
Si Grecia Augusta Rodríguez volviera a nacer, escogería los mismos padres y viviría las mismas situaciones que han marcado su vida. Su infancia, crianza y formación fueron maravillosas, dice, aunque no sabe cómo sería crecer de otra manera. “Mi papá siempre fue muy franco y directo. Siempre decía la verdad de la manera más tajante posible y eso me dio a mí una frontalidad que hoy en día me hace pensar antes de decir la verdad, porque a la gente no le gusta escucharla. Mi papá antes de papá, primero era actor y todo lo demás venía después. Era un maravilloso padre pero su dedicación, su vocación, su razón de ser era el arte. Eso determinó la manera en la que me vinculo con el oficio”.
Vive el arte como un ritual. Cada vez que está sobre las tablas, canta una melodía o plasma sus pensamientos en poemas, desnuda su alma en una conexión espiritual con el arte. En el escenario hay una ebullición de la esencia que la define. “Para mí el oficio, por cómo mi papá me lo enseñó con su ejemplo, me convirtió en una persona profundamente espiritual. Crecer con una persona como mi papá, que además era tan culto y tenía un don de gente irrepetible, amable y educado, sobre todo, compañero, me hizo desarrollar una empatía muy grande. Creo que ese es mi superpoder gracias a la crianza con mi papá”, afirma.
Un silencio que duele
Uno de los momentos más liberadores en la vida de Grecia Augusta Rodríguez fue en 2021 cuando se atrevió, luego de años de sufrir en silencio, a denunciar los abusos sexuales de los que fue víctima a los 6 y 12 años de edad. Atreverse a hablar fue lo más difícil. Tenía mucho miedo de que sus colegas la vieran con lástima, o peor, que la conocieran como “la actriz que fue violada”. “Eso era lo que me hacía pensar qué quedaría en la mente de la gente. Me daba terror, pero descubrí algo importantísimo en ese momento porque tuve que elegir entre mi reputación como artista y mi bienestar como mujer. Por primera vez en la vida me escogí a mí por encima de cualquier cosa”, cuenta.
En ese momento, cuando denunció a Perucho Conde y a Víctor Manuel López Pacheco como sus agresores, lo hizo siguiendo su intuición. Estaba dispuesta incluso a dejar de actuar si era necesario. “Primero está Grecia Augusta de Jesús Rodríguez Rodríguez y luego está Grecia artista. Esas son aristas de una totalidad y si el núcleo no está bien, las aristas no están bien. Si las aristas se deshacen porque el núcleo se transforma, yo haré otras aristas”, comenta.
Luego de su confesión, Grecia Augusta Rodríguez comenzó a poner límites en su vida. Reconoce que antes se dejaba maltratar emocional y profesionalmente. Lo soportaba todo hasta que habló y entendió que no debía sentir culpa ni esconder secretos. “No soy un escaparate de absolutamente nadie y más importante, no te tengo miedo ni a ti Perucho Conde ni a ti Víctor Manuel López Pacheco ni a nadie. Hablar fue quitarle la tapa a la olla de presión”.
Dos años después reconoce que no se hizo justicia aunque el proceso sigue en curso. Sabe que es difícil que le crean, pero siente mucha impotencia al saber que los abusadores niegan la historia. “Que Víctor siga dando clase es insólito, no lo puedo entender. A mí lo que me preocupa no es lo que pasó conmigo, me preocupa que él siga dando clases. Me preocupa que los hijos de Perucho le sigan llevando a las nietas. Eso me desconsuela porque sé lo que está pasando, no soy solo yo, hay muchas víctimas de ambos”, asegura.
Aconseja a todas las víctimas de abuso sexual denunciar a sus agresores “sin miedo a Dios”. Hay que hacerlo porque, dice, aunque es un evento privado y muy íntimo, se genera la misma sensación de impotencia que se siente cuando a una persona le arrebatan algo en contra de su voluntad. “Si yo hubiese dicho algo en una situación hipotética, probablemente durante 27 años Perucho no hubiera seguido abusando de niñas. No estoy segura de lo que le hubiese pasado a él porque de haberle contado a mi papá, lo hubiera matado. Pero sí estoy segura de que al menos hubiese podido evitar algo. Esa es una responsabilidad que me toca cargar, no me culpo ni me avergüenzo, pero sí me duele un poco. Es triste que mi silencio repercutiera en la vida de otra persona”.
A pesar de ese silencio que aún le duele, afirma lo orgullosa que está de sí misma y de la mujer que es ahora. Todos los días, cuenta, se ve en el espejo y se dice a sí misma: “Estás dónde y cómo quieres estar”. Ya no se compara con nadie, algo que la atormentaba. Ahora solo le interesa lo que piensa de sí misma. “Es sencillo: soy un ser humano que está haciendo lo mejor que puede con las herramientas que tiene y lo hace, acciona sobre eso. La mujer que soy me la labro a cada minuto en cada decisión”.
El perdón
Para la joven actriz no hay dudas: el peor enemigo de una persona está frente al espejo si así lo decide. Por eso cada decide sobrevivir a sí misma. “Los dos eventos de abuso que sufrí fueron horribles, una ignominia, catastrófico para la psique, pero yo estoy convencida de que nuestro presente es un resultado directo de nuestras acciones del pasado. Y si no te gusta dónde estás o lo que ves, tienes que cambiar”.
Siempre se sintió víctima de sí misma sin saberlo. Lo hizo inconscientemente por mucho tiempo porque sabe que alguien que conoce lo que implica ser una víctima jamás va a querer serlo. “Así que sobrevivo todos los días a mi propio tedio, a mi impotencia, a mis propias ganas de no seguir. Yo soy una mujer muy floja y todos los días entiendo y ni siquiera resisto, sino que fluyo ante lo que quiero”. Día a día se centra en respirar, controlar y observar la situación que le rodea, solo así puede sobrevivir todos los días a algo distinto.
Recientemente, la actriz interpretó el papel de Margarita en la obra Llueven vacas del dramaturgo español Carlos Bé. A la par, se prepara para interpretar a la Señorita Phelps, la bibliotecaria, en el musical de Matilda. Ambos papeles, cuenta, cumplen con la máxima que existe en el teatro: los personajes escogen a los actores. En el caso de Llueven vacas fue turbulento porque al principio no estaba actuando, no sabía cómo hacerlo. No encontraba, explica, la manera ni la herramienta tampoco el ejercicio para despegar que es propio del actor para poder ser vasija y no ser el albañil.
“Las piezas que estaba poniendo en ese rompecabezas eran piezas de mi experiencia. Si bien uno usa las emociones y lo vivido para vincularse con el personaje, uno no puede sentir como propio lo que siente el personaje. Me costó, pero me di cuenta de que no estaba actuando, me estaba doliendo y me estaba costando. No estaba interpretando a Margarita”.
Tuvo que empezar a disfrutarlo, algo que le aconsejaría su papá si siguiera vivo. Así que Margarita se convirtió en ese personaje con el que despidió a la Grecia Augusta Rodríguez de sus últimas relaciones. “Clausuré un recuerdo de mí y lo estoy haciendo con honor, honra y dignidad porque esa Margarita fui yo en todas mis relaciones. Tuve una relación de 8 años y otra de 2 que fueron eso. Nunca hubo abuso físico, pero sí emocional y psicológico constante”.
El miedo a ser rechazada la doblegó. Permitió humillaciones. Lo entregaba todo sabiendo que no obtendría nada a cambio. Ahora, Grecia Augusta Rodríguez sobre las tablas, perdona 28 años de inconsciencia dispuesta a reconciliarse con la niña, la adolescente y la adulta que permitieron esas situaciones. “Les estoy diciendo: No es tu culpa, es tu responsabilidad. Tranquila, si volvieras a nacer lo volverías a repetir y está bien por lo que aprendiste”.
Sigue las señales del escenario
En Matilda, Grecia Augusta Rodríguez también vive un proceso de descubrimiento con la Señora Phelps. El papel le recuerda a la bibliotecaria de la Biblioteca Raúl Leoni del El Cafetal, esa que todos los días le entregaba los libros con una sonrisa aun cuando sabía que ella nunca los devolvería. “Yo tenía una premisa, decía que nunca tendría hijos. Entré a Matilda y a la primera niña que vi fue a Alma Infante que tiene los ojos parecidos a los míos, tiene un lunar en el mismo sitio que yo, es muy ocurrente como solía serlo yo. Saltó, me abrazó y en ese momento latió una parte de mi útero que nunca me había latido. Ahora quiero tener 26 muchachos”, bromea.
Por primera vez, la actriz está permitiendo conscientemente que el teatro, el sitio donde ejerce su libertad espiritual, le dé las señales que debe seguir. “Ha sido transformador y humanizante, creo que mi disposición a humanizar un personaje es mucho más abierta y es desde el amor. No desde el miedo, la vanidad o la soberbia. Quiero mostrar al personaje para que tú sublimes lo que tengas que sublimar y hagas catarsis con lo que yo te propongo. Tú te quedas con el personaje y de ti depende lo que veas, esa es la transformación que he tenido. Entender cómo humanizar un personaje para que llegue al otro”.
Si no se dedicara a la actuación, al canto o la escritura, Grecia Augusta Rodríguez reconoce que sería un pez saltando del agua. En el momento en el que escribe, canta y actúa, respira. Si no lo hiciera, se ahogaría. Lo sabe bien porque lo vivió durante 25 años. “Estudiaba muchísimo y no aplicaba nada ni hacía nada. La gran revelación del artista no es pensar, esa es la labor de los filósofos; la gran labor del artista es hacer, el arte es un quehacer”.
El teatro es el lugar
Grecia Augusta Rodríguez trabaja guiándose por las experiencias que la marcaron y los mejores consejos que recibió de su papá. Recuerda el ensayo de un performance en el Celarg a propósito de un homenaje a Rómulo Gallegos con un fragmento de la ópera Doña Bárbara en el que aparecían ella y su papá.
“Me detenía y me decía: no te lo crees. Yo seguía y él insistía: no te lo crees, si no te lo crees ¿cómo se lo vas a hacer creer a los demás? Detuvo el ensayo y me dijo: tú no crees en ti, si tú no crees en ti, ¿quién lo va a hacer? Quedé un poco pasmada porque no entendía la dimensión de lo que me estaba diciendo, eran palabras trascendentales porque cada una tiene una reverberación filosófica, existencial, social, psicológica y emocional. Me quedé catatónica. Me dijo una vez más: ‘cree en ti. En la medida en que creas en ti, el mundo lo hará’. Luego se levantó y salió a tomar café”.
Ese consejo ha resonado siempre en su mente, pero lo ha aplicado desde hace poco. Otro, no menos importante, tiene que ver con la humildad. “Siempre sé humilde porque siempre puede haber alguien que sea mejor que tú, me decía. Si mantienes tu humildad abierta y atenta siempre vas a ser mejor de lo que eras ayer, no mejor que nadie, mejor que ayer porque vas a poder integrar el conocimiento del otro que siempre va a saber algo que tú no sabes”, señala.
“Uno no tiene lugar en el teatro, el teatro es el lugar. Uno acude y uno se rinde ante él o se pelea o se vincula con él. Mi lugar en el teatro dependerá de quién me ponga en cuál lugar pero para mí, mí lugar es el teatro”. Desde allí, afirma que todos los personajes que ha interpretado la han marcado. Todos han sido una bola de cristal con vaticinios diferentes que, en la medida que los humanizó, la humanizaron a ella. “No ha habido un personaje más especial o menos especial, todos tienen la misma vara pero en categorías distintas”.
En el futuro no pide más de lo que tiene ahora. No se lo permite porque en el pasado perdió demasiado tiempo visualizando lo que haría. “El futuro es el resultado de un presente eterno. En la medida en que yo esté en el presente, mi futuro estará seguro. Me visualizo aquí. Ahora”. Si tuviera que dar un consejo a los nuevos actores, no lo dudaría: lean, porque la lectura es la única manera de establecer un diálogo con uno mismo. “Gracias a la lectura te descubres, el que está empezando a vivir y a tener consciencia debe leer porque te permite desarrollar criterio propio”, señala.
El teatro, dice, confronta a las personas y hoy, asegura, Venezuela es una sociedad que desconoce su propio proceso. “Es descorazonador ver a gente joven, de 14 y 15 años, que no sabe qué fue la Batalla de Pichincha o no saben quién es Orlando Arocha. Somos una sociedad que no está interesada en su pasado”.
Que la gente no vaya al teatro, ha destacado el gremio, lo atribuye a que la sociedad no quiere verse ni reconocerse. El teatro no muestra una realidad maquillada, por eso el público prefiere otro tipo de entretenimiento, un suerte de inyección de dopamina más efervescente y que no implique un esfuerzo evolutivo, como ver TikTok, rescata. “La sociedad está en automático y eso es lo más fácil. Donde está mi atención, está mi energía, la gente no tiene idea de que su energía está en un aparato que se desperdiga en algo que no te está devolviendo nada. Por eso no van al teatro, para hacerlo necesitas estar atento y dispuesto a confrontarte contigo mismo”.