Fuente: ACE Prensa
Por: Ana Zarzalejos Vicens
2 de agosto 2024
Cualquier noticia sobre explotación sexual nos sobrecoge. Y más si la víctima es un menor, algo cada vez más frecuente. Sin embargo, no se puede decir que este fenómeno sea algo inesperado. Además de la inacción de algunos gobiernos, existen una serie de factores culturales que lo facilitan, y que hemos permitido como sociedad. Así lo piensa Noemí Pereda.
Noemí Pereda es profesora en la Universidad de Barcelona, y desde el Grupo de Investigación en Victimización Infantil y Adolescente (GReVIA) se dedica al difícil tema de la violencia sexual contra menores.
Pereda ha trabajado en varias comisiones con las víctimas de abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia Católica, y también con los menores tutelados por el Estado que has sido víctimas de explotación sexual.
Una de sus últimas publicaciones es el informe La victimización sexual en la adolescencia: un estudio nacional desde la perspectiva de la juventud española, una de las pocas investigaciones que permiten analizar la magnitud actual de la violencia sexual hacia los adolescentes españoles.
Conversamos con ella sobre los resultados del estudio, sobre las causas de este tipo de violencia y cómo prevenirla, y sobre los menores tutelados que son víctimas de explotación sexual en España.
— ¿Cómo surgió el informe?
— Todos los estudios llevados a cabo en España habían sido retrospectivos, es decir, preguntábamos a adultos por sus experiencias en la infancia. En cambio, no había datos para hablar de la actualidad.
Lo que hicimos, gracias a una financiación del Observatorio de la Obra Social La Caixa, fue encuestar a más de 4.000 chicos y chicas escolarizados en 70 centros educativos de todas las comunidades y ciudades autónomas españolas.
Y así es como hemos obtenido, por primera vez en nuestro país, datos que son muy ilustrativos de una problemática social subyacente, que no es solo ya el abuso sexual de un adulto hacia un niño.
Es cierto que cuando afecta a niños y niñas hasta los 10 o 12 años, el agresor suele ser una figura del entorno familiar, básicamente por una cuestión de cercanía. Es decir, los niños están con personas del entorno y son cuidados por los adultos. Entonces, en esta relación adulto-niño se crea esta desigualdad de poder y en algunos casos se producen abusos sexuales.
Pero con esta encuesta a adolescentes nos encontramos con que la victimización sexual más frecuente es la electrónica. Estamos hablando de que un 12% de chicos y chicas de estas edades la han sufrido.
— ¿En qué consiste?
— La victimización sexual electrónica es aquella en la que un desconocido, a veces haciéndose pasar por conocido, contacta contigo para pedirte material sexual o insiste en que hables de temas sexuales.
“Socialmente, hemos sido súper negligentes con los adolescentes”
Empezamos a analizar lo que estaba pasando y llegamos a toda una serie de factores de riesgo. Por un lado, socialmente, hemos sido súper negligentes con los adolescentes, los hemos lanzado a internet sin ningún tipo de educación sobre los peligros que implica. Son nativos digitales porque saben usar las tecnologías, pero no son conscientes de los riesgos.
Luego nos encontramos con el acceso a la pornografía. Más de la mitad de los encuestados nos indican que han accedido a ella en el último año. Estamos hablando de chicos y chicas de 14 a 17, pero lo más grave es que uno de cada diez nos dice que su frecuencia de consumo es semanal o incluso diaria.
¿Por qué esto es un riesgo? No es una cuestión de moral ni de ideología, sino de desarrollo. Estos chicos y chicas tienen que desarrollarse en el área afectivo-sexual y con personas de aproximadamente una edad similar. Cuando tú recibes una información de forma continuada –en este caso, el porno–, la normalizas, y esto trae muchos problemas que ya han sido estudiados, por ejemplo, por el profesor Lluís Ballester en la Universidad de las Islas Baleares.
Esta normalización provoca efectos en el desarrollo sexual y en las relaciones de pareja, porque los adolescentes ya no descubren el sexo de forma gradual, sino que se lanzan a conductas para las que muchos chicos y chicas no están preparados.
Decía Lluís Ballester que la práctica sexual del “ahogamiento” se ha vuelto frecuente en la primera relación de los adolescentes.
— Por otro lado, los jóvenes también parecen haber normalizado la prostitución.
— Este tema es muy interesante. En Europa se ha visto que entre un 1% y un 2,5% de jóvenes han sido víctimas de alguna forma de explotación sexual, es decir, han intercambiado sexo por dinero, favores, etc. En el caso de España, el porcentaje llega al 2,6%.
¿Cómo es posible que los chicos y chicas españoles escolarizados –no estamos hablando de jóvenes de ambientes marginales– se presten a estos intercambios? Pues por una variable social importante, que ha sido todo este blanqueamiento de la explotación sexual que hemos permitido como sociedad. Los jóvenes no hablan de prostitución, hablan de sugar daddy y de sugar baby, y esto tiene una connotación muy distinta a la que tenía para nosotros el término prostitución. Para ellos, un sugar daddy es alguien atractivo, que te lleva a cenas, vinculado con lujos, con viajes…
Entre el acceso a la pornografía, la falta de detección de estos riesgos online y todo el tema del blanqueamiento de la explotación, no nos debe sorprender la situación de muchos jóvenes.
— ¿Qué podemos hacer?
— Lo que tendría que hacer el gobierno es intentar prevenir que esto siga ocurriendo. Porque si no intervenimos, estamos abocados a que siga y se incremente.
Los tres temas (los abusos por vía electrónica, el consumo de pornografía y la explotación sexual) son una cuestión de educación. Hay que dar a los jóvenes mensajes realmente adecuados a la realidad que estamos viviendo.
Sabemos que hay mucho rechazo a la educación afectivo-sexual, porque hay miedo a la ideologización. Y, ciertamente, es un riesgo que hay que evitar. El enfoque debe ser educativo: tiene que haber un manual donde consten todos los temas que se van a tratar, de manera que los padres puedan consultarlos.
— Volviendo a la cuestión de la violencia, ¿cuáles son las diferencias entre los chicos y las chicas?
— Cuando se trata de explotación, chicos y chicas la sufren por igual. En cambio, en los abusos sexuales electrónicos, ellas son mayoría entre las víctimas.
Las chicas son mayoría entre las víctimas de abusos online, pero en el caso de la explotación sexual, ambos sexos la sufren por igual
Y esto es muy interesante, porque, en la violencia sexual por vía electrónica, estamos hablando generalmente de agresores de la misma edad o similar. En esos casos, la asimetría que siempre hay entre perpetrador y víctima viene por el género. Pero cuando hablamos de explotación, los agresores suelen ser adultos, y la asimetría de poder viene por la edad. Lo que buscan es a alguien más joven, que puedan controlar, más inocente, con menos experiencia sexual, y ahí no hay tantas diferencias entre chicos y chicas. En general, cuando el agresor sexual es un adulto, verás que las víctimas son tanto masculinas como femeninas.
Es importante visibilizar a los chicos, porque sufren formas de violencia mucho más graves, ya que, además de que no presentan riesgo de embarazo, el agresor se aprovecha también del estigma en torno a la violencia contra los varones y sabe que va a ser más difícil que hablen.
— Más allá del sexo de la víctima, ¿hay un perfil más vulnerable a la explotación?
— En todos los países donde se ha estudiado, también en España, el colectivo que sobresale entre estas víctimas es el de los chicos y chicas del sistema de protección.
Esto viene por una serie de factores de vulnerabilidad que tienen estos chicos y chicas, que han crecido en un entorno donde había violencia y en muchos casos violencia sexual. Es decir, son jóvenes que vienen con experiencias de abuso en sus propias familias de origen, y eso es uno de los factores de riesgo más importantes para la explotación.
Por otro lado, la vulnerabilidad más importante de estos chicos y chicas es que carecen de una figura estable de apoyo, de afecto, de cuidado. Tienen la autoestima por los suelos. Llegan los explotadores y les ofrecen una idea de familia. Lo que descubrimos trabajando en Mallorca fue que los explotadores se hacían llamar papi, y a las chicas les hacían llamarse entre ellas hermanas. Y esto no es casual, es algo muy perverso. Supone ofrecer a estos jóvenes del sistema de protección justamente lo que no tienen y anhelan, que es una familia.
— ¿Qué se debe hacer para prevenir esto?
— Lo que no me canso de repetir es que estos jóvenes necesitan un núcleo familiar, o lo que más se parezca a un núcleo familiar (no precisamente un centro residencial).
Hay que potenciar las familias de acogida. De hecho, la principal herramienta contra la explotación en adolescentes es que los niños no estén en centros residenciales, que tengan una familia que los apoya.
En España, como te he dicho, el porcentaje de explotación en población general en adolescentes es del 2,6%. Pero en un estudio de prevalencia que hicimos con chicos y chicas de centros residenciales de Cantabria, la proporción llegaba al 17,4%. Y eso que Cantabria es una comunidad muy privilegiada, porque los centros son muy pequeños, y a menor cantidad de niños en un centro, menor riesgo de explotación. Si nos fuéramos a ciudades en las que hay macrocentros, este porcentaje aumentaría muchísimo.
— ¿Hay voluntad política para cambiar esto?
— Son competencias autonómicas. En Mallorca, probablemente gracias a que los medios sacaron los casos a la luz, se han puesto a trabajar a tope. Ahora mismo es la comunidad que más de frente está mirando el tema de la explotación. Han cambiado su protocolo, tienen una herramienta de detección del riesgo para los educadores de los centros, formamos anualmente a los nuevos educadores…. Y esto se ha mantenido con el cambio de gobierno.
También Cantabria ha hecho un informe con mucho valor, pero no se ha seguido más allá. El resto de comunidades no quieren saber siquiera cuántos casos hay, no hay ningún tipo de interés. Nosotros preparamos una guía para los profesionales de esos centros residenciales, por encargo del Ministerio de Igualdad, pero la repercusión que ha tenido es nula, porque por muchos instrumentos que se creen, si no les das publicidad, los educadores no saben que existen.
Los educadores y los niños están muy solos ante este problema y van a seguir saliendo casos. Lamentablemente, no hay un interés real en cambiar la situación de estos chicos y chicas, porque eso supondría modificar el sistema de protección.