Carta de una víctima de violación
Fuente: El País (España)
Por: Jesús García Bueno
2 de octubre 2024
Conchi Granero, que sufrió una agresión sexual en febrero de 2020, ha escrito una carta de agradecimiento a su abogada en la que expresa su desengaño con el sistema judicial. La mujer, de 25 años, reflexiona con EL PAÍS sobre un proceso penal que a menudo sigue siendo un calvario para las víctimas
Faltaban solo tres días para el juicio. Conchi Granero, una mujer de 25 años que vive en una ciudad cercana a Barcelona, no podía dormir. “Sentía miedo, rabia, tristeza…”. Se sentó a escribir. Quería agradecer a su abogada de oficio el trabajo hecho. Y decirle que, si perdían el caso, no era culpa suya. Le entregó la carta en mano, en un sobre verde, el día de la vista oral, celebrada este mes de septiembre. Le pidió que la leyera. Lloraron. Unos minutos después, el acusado se sentaba en el banquillo para admitir que, en febrero de 2020, había violado a Conchi. Logró así una rebaja de la pena: dos años de cárcel. La joven había escrito la carta sin saber cómo acabaría todo, como una muestra de afecto y como “una especie de terapia”. Pero su texto es también una denuncia sin paliativos de un sistema judicial que, pese a los esfuerzos legislativos desplegados en los últimos años, todavía pesa como una losa sobre las víctimas de agresiones sexuales. No es habitual que ellas quieran contar su experiencia de principio a fin. Conchi lo hace. Conversa con EL PAÍS para manifestar su decepción con el proceso penal, para pedir que se evite la revictimización de otras mujeres; para decir que, pese a todo, la condición de víctima no marca sus días y que es posible volver a vivir.
[A continuación, subrayado en amarillo, encontrará algunos fragmentos de la carta que Conchi escribió a su abogada. Al final de este artículo puede leer el texto completo].
“Me encontré con alguien [la abogada] que me ha hecho sentir comprendida, acompañada, protegida; y, sobre todo, alguien que me creía”
El 19 de febrero de 2020, Conchi ingresó de forma voluntaria en el hospital psiquiátrico de Barcelona por una anorexia nerviosa que la había llevado a tener ideas suicidas. Esa tarde coincidió en la habitación 309 con un joven que llevaba allí tres semanas por síntomas psicóticos derivados del consumo de cannabis. Entraron juntos al baño de la habitación a fumar. El chico le preguntó si quería mantener relaciones. Ella contestó que no y él “le bajó la ropa interior a la fuerza” y “la penetró vaginalmente en dos ocasiones” pese a los ruegos de la joven porque “le estaba haciendo daño”, según la sentencia dictada por la Audiencia de Barcelona.
A Conchi le supone un esfuerzo hablar de lo ocurrido. Pensar en los detalles de la agresión le da “ganas de vomitar”. Pero se recuerda a sí misma, aquella tarde, “llorando, muy nerviosa”. Su asistenta la vio en un estado de agitación que iba más allá de los problemas que la habían llevado al psiquiátrico. “Me hizo preguntas, ató hilos y supo que algo había pasado. Yo no quería contarlo. Me daba miedo que no me creyeran, me daba miedo todo lo que iba a venir después. Y sentía vergüenza. La siento todavía hoy”.
El temor de muchas víctimas a no ser creídas ha acompañado a Conchi a lo largo de un proceso judicial que ha durado cuatro años y medio y que ha vivido sin apoyos y con la impresión de que el proceso penal se había “olvidado” de ella. “Creo que el sistema me ha dejado sola. Y que debería haberme dado un acompañamiento”. No lo recibió hasta hace unos meses, cuando recibió una carta: le habían asignado una abogada de oficio, uno de los derechos que la ley del solo sí es sí reconoce a las víctimas de violencias sexuales, con independencia de su nivel adquisitivo. La agresión a Conchi ocurrió antes de que entrase en vigor la norma del Ministerio de Igualdad, que entre otras cosas trata de garantizar una “adecuada información y acompañamiento” a la víctima a lo largo del proceso.
“Probablemente no esté de acuerdo con la sentencia, pero estaré en paz conmigo misma y eso es lo único que me importa (…) Lo relevante es sentir que lo intenté, que fui valiente y que jamás me quedaré con la duda de qué habría pasado, porque la decepción con el sistema ya la tengo”
La letrada, Carla Campelo, ha sido la destinataria de esta otra carta de agradecimiento por haberla ayudado en el camino para retomar su vida. Conchi la escribió antes de saber si el tribunal iba a darle la razón. Quería dejarle claro que, pasara lo que pasara (en el baño no hay cámaras y todo iba a basarse en la fiabilidad de las declaraciones de uno y otro, como suele ocurrir en los casos de agresión sexual) se sentía vencedora por el hecho de haber luchado. Desde hace unas semanas, el caso está resuelto y la condena es firme: el hombre ha aceptado dos años de prisión, una pena menor (la Fiscalía solicitaba inicialmente ocho años) que ha conseguido porque se le han aplicado dos atenuantes: reparación del daño y discapacidad psíquica.
El relato de Conchi ha quedado ratificado, negro sobre blanco, en una sentencia: fue víctima de una agresión sexual. Pero ella no sabe aún si ha valido la pena. Tiene ideas propias que chocan con las políticas públicas en esa materia, pero que son consecuencia de haber recorrido un camino de espinas. No anima a las mujeres a denunciar. Tampoco a no hacerlo. Cree que cada una debe seguir su camino. Pero tiene algo claro: “No quiero hacer sentir culpables a las mujeres que no denuncien, como si estuvieran abandonando al resto. Si no lo quieren hacer que no lo hagan, siguen siendo igual de fuertes y luchadoras. Porque al final, como digo en la carta, el sistema te deja tirada y no te ayuda en nada ni te lo facilita”.
Admite que cerrar la carpeta judicial le ha dado cierta paz. Pero subraya que “al final, lo más importante es la terapia”. La sentencia reconoce las secuelas psíquicas que padece: “pesadillas”, “recuerdos intrusivos”, “distanciamiento social y desconfianza hacia los hombres”, “intolerancia hacia bromas o comentarios de tipo sexual”, “aislamiento social”. Acude al psicólogo dos días por semana (tiene que marcharse a una sesión después de la entrevista) y está a punto de iniciar una terapia EMDR, que ayuda a tratar vivencias traumáticas.
Para esos tratamientos se necesita dinero, un asunto a menudo polémico que tampoco esquiva. A Conchi le resulta indignante que le hayan ofrecido 8.500 euros de indemnización, una cifra que aún está en discusión. “Nada de lo que te vayan a pagar va a cambiar lo que te ha pasado, la vida que te han quitado. Pero me ofrecían una mierda, no me da ni para un año de terapia”.
“Me duele el término víctima, porque me hace sentir vulnerable. Soy mucho más que una chica que estaba en el sitio erróneo en el momento equivocado”
Conchi ha sido víctima de una agresión sexual, pero no se siente cómoda con esa condición. “Objetivamente soy víctima de agresión sexual. Pero no quiero quedarme con esa etiqueta porque sería revictimizarme constantemente y porque no me define. Quiero dejar esto en el pasado (…) Soy mucho más que una víctima, ésta no es mi historia de vida. Tengo gustos, intereses… Y no me gustaría que la gente me mirase y sintiese pena por mí, porque estoy aquí para contarlo y no pasa nada, todo el mundo tiene problemas”.
En la carta menciona el dolor sufrido y habla de la posibilidad de conceder el perdón al agresor aunque no le haya pedido disculpas. En la charla, Conchi explica que ha sentido una montaña rusa de emociones. La inminencia del juicio ha aumentado su inseguridad. Aunque estaba previsto que declarase protegida por una mampara, le generaba “incomodidad” saber que el hombre iba a estar escuchándola. “Había momentos en que no me importaba verlo, no quería darle la oportunidad de manejar mi vida. Había borrado la imagen de esa persona”. Que haya reconocido finalmente los hechos no le sirve a Conchi demasiado. Entiende que ha sido una forma de lograr una pena menor. “Que lo haya reconocido no significa nada para mí, porque siento como que me he callado. [al haber pacto entre Fiscalía y defensas, la mujer no tuvo que declarar]. Y como tengo tan clara la verdad, me da igual lo que los demás piensen”.
“Ya no me importa que me juzguen o me pongan en duda (…) Las personas que se supone que deberían haberme ayudado como víctima me dejaron sola (…) El sistema te deja desnuda ante lobos sedientos que solo te hacen sentir aún más miedo. Tienes que cuidarte sola y defenderte de quienes desde su posición privilegiada se hacen llamar justicia”
Vuelve Conchi siempre sobre la idea de que no la han creído, una obsesión que explica en parte su malestar con la administración de justicia. Su carta es una crítica áspera al proceso judicial; los “lobos” que menciona a su abogada son los actores del proceso que la hicieron sentir, dice, “acorralada”, como al acecho de puntos débiles. Su desencanto no conoce matices: “Para mí el trauma no ha sido solo la agresión sexual, ha sido el sistema, que también me ha traumatizado”. En estos cuatro años la ha acompañado, además de la sensación de que dudaban de ella, la soledad. Ha estado a merced de un sistema “muy frío, sin empatía ni cercanía”.
La experiencia fue desagradable desde el primer momento, en el hospital psiquiátrico, cuando una enfermera le dijo que el agresor no podía haberla violado porque era “un chico muy bueno”. Esa noche, en la sala de ginecología del centro, Conchi fua tratada por mossos, un forense y un ginecólogo, “todos ellos hombres”. “Que me tocase un hombre en ese momento no era agradable, lo pasé mal”. Fue trasladada más tarde a comisaría para declarar, donde asegura que se topó con otro episodio poco alentador: el agente que la atendió tuvo la idea de buscar fotografías en su perfil de Instagram. “Tenía 20 años. No me di cuenta entonces de que eso no está bien”. La ley del solo sí es sí, aprobada dos años después, fijó el derecho de las mujeres a ser atendidas por “personal expresamente formado en materia de género y violencias sexuales”.
Pero su denuncia sin paliativos deriva del momento en que la llevaron a declarar ante la jueza de instrucción. Conchi entiende que la interroguen, incluso con detalle, porque la columna vertebral sobre la que se asienta una sentencia es la declaración de la víctima y porque “también hay denuncias falsas”. Pero pide que se haga “de forma más delicada” y que se dé “tiempo” a las mujeres para explicarse. Una sensibilidad que no encontró en aquella sala de vistas. En 2020, Conchi tenía ideaciones suicidas y por ello había decidido ingresar. Estaba nerviosa, tenía ansiedad. Cuando la jueza le interrumpió por enésima vez, le dijo que por favor le dejara acabar las frases. La magistrada no lo tomó a bien: “Bien que cuando pasó no sacaste el carácter y ahora sí”.
El sistema judicial, coinciden los expertos, es a menudo un factor de revictimización que ni siquiera la ley del solo sí es sí, con sus medidas de protección y sus llamamientos a una mayor empatía de los operadores jurídicos, ha conseguido eliminar. La norma faculta a los tribunales para “evitar que se formulen a la víctima preguntas innecesarias” sobre su vida privada o su intimidad sexual si no guardan relación con los hechos. Pero los interrogatorios siguen sin hacerse, a veces, con el tacto adecuado, y llevan a las mujeres a revivir una experiencia traumática. Esa carrera de obstáculos, han alertado los expertos, puede disuadir a las víctimas de denunciar, tal como opina Conchi y como ha expresado Gisèle Pélicot, la mujer francesa víctima de un centenar de hombres que la violaban mientras estaba sedada, tras ser interrogada por las defensas: “Me parece insultante y entiendo que las víctimas de violación no denuncien porque tienen que pasar un examen humillante”.
“Siento tristeza cuando veo que todos esperan que te defiendas de alguien que te agrede cuando eres vulnerable (…) Si te defiendes quizá no puedas sentarte delante de un tribunal para ser cuestionada porque probablemente te hayan matado”
Durante la agresión sexual, Conchi no peleó por impedirla. “Me bloqueé físicamente, no fui capaz de defenderme. Le arañé, pero como él no se quitó la ropa, arañaba ropa. Tampoco grité ni recuerdo haber llorado. Sí me sujetaba la ropa interior para que no me la quitase. No supe reaccionar de otra forma”. La pasividad sigue operando como un prejuicio social por más que la literatura jurídica y científica hayan dejado ya claro que cada víctima reacciona de un modo distinto, y que quedarse parada es muchas veces una forma de supervivencia y de sobrellevar el dolor.
A ratos parece que Conchi intenta justificarse aún (“no comía y me daban medicación para dormir”) por no haber “luchado lo suficiente”. Pero intenta desprenderse de ese sentimiento de culpa. “Tengo la sensación de que la sociedad espera que pelees. Pero si luchas entonces no eres tan víctima porque no eres tan vulnerable. No importa lo que hagas porque nunca es suficiente”.
Gestionados ya los trastornos alimenticios (a los 13 años sufrió bulimia nerviosa y a los 19, anorexia), Conchi piensa en su futuro. Antes quería ser abogada. Ya no: pese a la complicidad con la letrada Carla Campelo, el proceso penal la ha decepcionado. Ahora oposita a mosso d’esquadra y, mientras tanto, sigue cursos para ser vigilante de seguridad. “Me veo preparada para empezar una nueva vida”. No solo en lo laboral, también en lo afectivo. No hay tabúes en la conversación para Conchi, satisfecha al anunciar que, aunque tímidamente y con dificultades, tiene una vida sexual.
La violación en el psiquiátrico, cuenta, fue su primer encuentro sexual. “Desde entonces no quería saber nada de hombres. Me incomodaba que me mirasen, tenerlos cerca… En 2022, me forcé a estar con un chico una sola vez. Fue el mayor error que cometí, solo por [querer] ser normal. Fue desagradable, y aumentó el pensar que nunca iba a poder estar con nadie”. Más tarde, sin embargo, conoció a alguien que la ha ayudado a “sanar” en ese terreno. Le sigue incomodando el contacto físico, pero cada vez menos. “Quiero decir que se puede volver a llevar una vida normal. He podido mantener relaciones sexuales sin tener la imagen de lo que me pasó en la cabeza. Y disfrutarlas”.
CARTA DE UNA VÍCTIMA DE VIOLACIÓN
Eres una de esas personas a las que necesito escribirle una carta, porque es la forma que tengo de poder expresarme abriéndome sin bloquearme.
Me siento muy afortunada por haber podido terminar esto de tu mano. No voy a mentir, la primera vez que fui a tu despacho estaba bastante preocupada o incluso asustada, porque para mí ha sido tan traumático el proceso que me angustiaba pensar que iba a ser defendida por alguien que tuviera una actitud hostil hacia mí o distante. Sin embargo, me encontré con alguien que me ha hecho sentir comprendida, acompañada, protegida, cuidada y, sobre todo, alguien que me creía.
No sé cómo saldrá finalmente todo esto, pero independientemente del resultado te agradezco que hayas hecho todo lo posible por mí, porque eso es más que suficiente. Al final esto no depende de mí ni de ti, sino de otras personas que están por encima de todo el esfuerzo que se le ponga a esta lucha. He de decir que en ninguno de los casos me sentiré ganadora porque yo lo perdí todo cuando me robaron la vida que estoy intentando recuperar con mucho esfuerzo y ganas, porque he peleado mucho por dejar de intentar sobrevivir y empezar a querer vivir, y no pienso dejar que nadie más me robe mi vida, ni mi voz.
Quizá no se termine de entender el porqué he decidido ir hasta el final aún a sabiendas de que es muy probable que en absoluto salga favorable para mí, pero es que esto no va de ganar o perder, y tampoco se trata de dinero, porque el dinero no importa cuando sientes que estás muerta por dentro. Esto va de que le seguiría dando el poder a él de controlar mis decisiones, mi pasado y mi futuro, y para cerrar este círculo necesito hacerlo de esta forma.
Soy consciente de cuánto me juego, pero cuando empiezas leyendo un libro nunca sabes qué va a ocurrir en los capítulos posteriores, y eso es la vida. Probablemente no esté de acuerdo con la sentencia, pero estaré en paz conmigo misma y eso es lo único que me importa. Lo relevante aquí es sentir que lo intenté, que pude hablar, que fui valiente y que jamás me quedaré con la duda de qué habría pasado si lo hubiera intentado, porque la decepción con el sistema yo la tengo de todos modos.
Jamás me he sentido víctima, no porque objetivamente no lo sea, porque sería incoherente e hipócrita no considerármelo en lo que a los hechos de febrero del 2020 se refiere, pero no me gusta utilizar ese término porque me duele, porque me hace sentir vulnerable y porque sería condenarme a rendirme. Soy mucho más que una chica que estaba en el sitio erróneo en el momento equivocado, o quizá no. Creo en el destino, y me ayuda a sobrellevar esto y no preguntarme constantemente “por qué yo”, ya que considero que eso haría que me revictimizara constantemente. De igual manera, hay una frase que descubrí hace un tiempo que me ha ayudado en ocasiones a disminuir el dolor, que dice: “Hoy decidí perdonarte. No lo hice porque te disculpaste, ni porque reconociste el dolor que me causaste, sino porque mi alma merece estar en paz”.
Ya no me importa que me juzguen o me pongan en duda, he aprendido que no se puede forzar nado y que no depende de ti lo que los demás decidan, lo único que está en tus manos es lo que puedes hacer con ello, y lo que permites que te afecte. Por eso, no me preocupo de lo misma forma que lo hacía hasta hace poco lo que una persona con una toga y a la que no conozco y sobretodo que no me conoce considere que es verídico o lo que merezco. Me importa lo que yo sé que es real y lo que siento. No necesito la aprobación de nadie, ni tampoco necesito dejarme la piel en convencer a nadie de absolutamente nada, porque las personas que necesito que me crean ya lo hacen y me apoyan. No lo necesito porque nadie me va a ayudar, de hecho, las personas que se supone que deberían haberlo hecho como presunta víctima, me dejaron sola. Nadie se imagina lo difícil y doloroso que resulta ingresar en un hospital psiquiátrico porque se supone que te van a proteger de ti misma cuando quieres hacerte daño, y que precisamente en un lugar seguro te maten emocionalmente. Tienes solo veinte años, estás sola, confías y te roban la vida. Seguimos, te hacen creer que lo mejor es contarlo, porque es éticamente lo que debes hacer para proteger o otras mujeres de estos hechos, pero te abandonan. El sistema te deja desnuda ante lobos sedientos que solo te hacen sentir aún más miedo, sin darle ningún tipo de soporte, tienes que cuidarte sola y defenderte de quienes desde su posición privilegiada se hacen llamar justicia.
Siento tristeza cuando recuerdo a esa chica perdida, destruida y sola. Siento tristeza cuando pienso en cuantas más se han sentido, se sienten y se sentirán así. Siento tristeza cuando veo que todos esperan que te defiendas de alguien que te agrede cuando eres vulnerable, cuando estás en desventaja, cuando es tan traumático que te bloqueas y no eres capaz de reaccionar como los demás dicen que deberías haberlo hecho, cuando si te defiendes quizá no puedas sentarte delante de un tribunal para ser cuestionada porque probablemente te hayan matado. Siento tristeza cuando escucho que es tu culpa porque te has expuesto, porque has provocado por tu forma de vestir, por no desconfiar, por no saber reaccionar, por sonreír, por ser amable, por ser joven, atractiva, por decir que no quieres, pero “no”, no es suficiente. Nada es suficiente cuando se trata de estar existiendo en una sociedad que está podrida y destinada al fracaso.
C. Granero