Fuente: EFE
Por Cristina Bazán
5 de febrero 2024
Durante dos años, la ensayista y escritora de humor Elissa Bassist encadenó un sinnúmero de visitas a profesionales de la salud física y mental que le dieron diferentes nombres a sus dolencias, pero lo que le recetaban no causaba ningún efecto en ella hasta que una acupuntora le sugirió que los dolores de cabeza y otros malestares podrían estar asociados con su voz y con lo que «todavía» no había expresado.
Fue así que Bassist se dio cuenta que lo que estaba sintiendo, y que le empujaba a buscar atención médica, era consecuencia de la imposibilidad de expresar con su voz sus sentimientos y emociones, una herencia patriarcal que data de la época de los egipcios y que ha silenciado a las mujeres que se atreven a hablar y a lo luchar por las injusticias a lo largo de la historia catalogándolas como «histéricas».
Toda esa experiencia, que es a la vez la experiencia de millones de mujeres en el mundo, las relata en su libro Histérica, unas memorias que publica en España Roca Editorial sobre «cómo la voz de una mujer se desarrolla en un mundo que descarta a las mujeres como ‘histéricas’ por hablar, expresar emociones o estar enfermas» y que demuestran cómo ese silencio también las enferma, explica la autora en una entrevista con Efeminista. El relato también le permite encadenar con cifras y hechos históricos cómo se ha gestado ese silencio por décadas por medio de la educación, la medicina y la cultura.
«Histérica ofrece a las mujeres nuevas formas de pensar sobre la voz de una mujer y la suya propia, como dónde está siendo aplastada, dónde necesita amplificación y cómo recuperarla (junto con la cordura)», agrega la también autora de críticas culturales feministas.
Histérica, de Elissa Bassist
La escritora relata que este libro nació de la necesidad de hablar sobre ciertas historias de su vida que no la «dejaban en paz». «Historias que no parecían importar y que yo quería que importaran. Me atrajeron ciertos temas y cómo se superponían, como que el sexismo que experimenté en el trabajo era el mismo que experimenté en las relaciones, en los consultorios médicos, mientras miraba televisión, cuando estaba en línea e incluso cuando pensaba», señala.
Explica que más que el comportamiento de los hombres, lo que le inquietaba era su actitud: «cómo y por qué me silenciaba de la misma manera en diferentes escenarios; cómo y por qué odiaba el sonido de mi propia voz, la voz de una mujer; cómo y por qué tenía más miedo de ser ‘grosera’ que de hacer daño».
«Escribir fue también una negativa a desaparecer. Había aprendido a guardar silencio, como hacen todas las chicas, y me silenciaban habitualmente, como a todas las mujeres, y estaba harta de ello, en sentido figurado y literal. Estaba harta de eso por mí y por todas las niñas y mujeres. Una forma de sanarme era romper mi silencio y ayudar a las lectoras a hacer lo mismo», agrega.
El menosprecio de la opinión, sentimientos, emociones y sufrimientos de las mujeres, señala Bassist en el libro, ha influido por décadas en todos los sectores y provocado que se acentúen las desigualdades entre hombres y mujeres. La medicina es uno de esos campos en los que, pese al avance de la sociedad, se sigue teniendo como referencia única al cuerpo masculino.
«Los viejos hábitos sexistas no mueren con facilidad. El gaslighting médico (ignorar las preocupaciones, los síntomas y el dolor de las mujeres y hacerlas cuestionar su cuerpo, su cordura y su realidad) está conectado con todo el gaslighting y con una actitud general y global hacia las mujeres de que su dolor y lo que tienen que decir simplemente no es suficiente y no es tan importante», enfatiza.
Mujeres del mundo entero lo vivieron en carne propia con la llegada de las vacunas de la Covid-19, ya que fueron ellas las que en su mayoría sufrieron los efectos secundarios, pero no hubo ningún tipo de modificación en el proceso de creación y prueba de las inyecciones tras el reporte de esos efectos. «A pesar de todos los avances, movimientos y conciencia, el patriarcado sigue siendo
parte de nuestro ADN. Al igual que las ideas griegas antiguas, como que el cuerpo masculino es el ‘cuerpo humano’ y el cuerpo femenino es ‘atípico’, ‘inconveniente’ y ‘confuso’; como tal, el sufrimiento de las mujeres no es ‘sufrimiento humano’ y es menos importante y puede excluirse de la conversación o investigación», señala la autora.
«La mayoría de las personas en el poder (en la ciencia, el gobierno, el periodismo y en todas partes) siguen siendo hombres blancos, heterosexuales y cisgénero que no saben o no les importa saber lo suficiente sobre personas que no son ellos. No se benefician del cambio; se benefician del status quo».
La reacción a los avances feministas
Un ejemplo de romper el silencio impuesto a las mujeres fue sin duda el movimiento #MeToo, que inició en redes sociales con testimonios de miles de mujeres que denunciaron haber sufrido violencia sexual, en apoyo a actrices y personas del mundo del entretenimiento que señalaron al productor de cine estadounidense Harvey Weinstein de acoso y abuso sexual. La revolución se extendió a otras profesiones y países.
Sin embargo, las reacciones machistas a ese movimiento multitudinario han aumentado con el paso de los años, una estrategia «de los poderes fácticos» que «se ven amenazados» por la voz de las mujeres, afirma Bassist. «Redoblan normas que asumimos que ya son arcaicas. Eso sirve como recordatorio a las voces marginadas para que se callen o sean atacadas y nos hace creer, erróneamente, que es más seguro silenciarnos. Lo que permite a los delincuentes salirse con la suya. Es un ciclo enfermizo», reflexiona la escritora, cuyos artículos también han sido publicados en The New York Times, Marie Claire o New Yorker.
La ensayista dice que las mujeres tienen verdaderas razones para tener miedo de hablar: «reciben amenazas de violación sólo por compartir una opinión en línea, y miles de mujeres mueren cada año por decir ‘no’ a sus atacantes. Y muchas de nosotras no rompemos nuestro silencio porque no sabemos cómo y tenemos miedo de decir algo incorrecto y salir lastimadas». Por lo que lo mejor que le puede decir a otras mujeres es que empiecen a romper su silencio con ellas mismas por escrito.
«Trata de dejar de autocontrolarte, autoeditarte y autosilenciarte al servicio de los demás. No guardes tus sentimientos para ti mismo: nómbralos, exprésalos. Si te sientes enojada, entonces di que estás enojada. (¡Es más difícil de lo que parece!) Romper tu silencio ayuda a otros a romper el suyo», señala.
«Después de escribir Histérica e investigar el sexismo, me impresionan e inspiran las llamadas ‘mujeres histéricas’. Las mujeres histéricas saben cómo sentir y sentir intensamente, y saben cómo desembotellar sus sentimientos para que no se atasquen y deformen sus pensamientos, su personalidad y sus órganos. Las mujeres histéricas saben que las emociones son el GPS del cuerpo y que detrás de cada emoción hay una razón, una necesidad y un deseo de que algo cambie, se detenga o suceda… Nuestras emociones no matarán a nadie, excepto a nosotras, si las guardamos para nosotras mismas», concluye.