Sondas que espantan| Por: Diannaly Muñoz

Diannaly Muñoz

9 de diciembre 2024

Era un caluroso mes de julio cuando, con solo 15 años, decidí que quería ser médica. Mis sueños eran grandes, llenos de batas blancas y estetoscopios brillantes. Sin embargo, mis padres, con su infinita sabiduría (o al menos eso creían), me convencieron de hacer un curso de auxiliar de enfermería primero. “Así verás si realmente es tu vocación”, decían. Así que, armada con una sonrisa y un uniforme blanco completamente nuevo, me lancé a la aventura. 

 La primera lección fue vestirme como una verdadera enfermera. Compré unos zapatos blancos que me hacían sentir como si caminara sobre nubes… o tal vez sobre hielo, porque cada paso era un pequeño riesgo de resbalar y caer en los pasillos extremadamente pulidos del hospital. Pero estaba lista para enfrentar lo que viniera. 

El curso de enfermería se llevó a cabo en un hospital muy grande ubicado al suroeste de la ciudad, lo que recuerdo es un lugar que parecía sacado de una película de terror de bajo presupuesto. Los pasillos eran largos y fríos, como si estuvieras caminando por el túnel del tiempo hacia el más allá. Las luces parpadeaban como si tuvieran miedo de iluminar lo que había, y el eco de mis pasos resonaba como un grito ahogado en la oscuridad.

 Cada vez que pasaba junto a una puerta entreabierta, me imaginaba a un fantasma con bata blanca asomándose para decirme: “¡Bienvenida al hospital del terror, querida!” Y aunque intentaba mantener la compostura, mi mente ya había creado una película mental donde yo no era precisamente la heroína. ¡Si eso no es un escenario tenebroso, no sé qué lo es!

 En todo caso, el curso comenzó con una advertencia escalofriante: “Pasarás por varios servicios durante 12 semanas”. La primera parada fue la morgue. ¡Qué inicio! El olor a formol me golpeó como un puñetazo en la cara y, aunque traté de jugar a ser valiente, la idea de ver cadáveres no era precisamente lo que había imaginado. Pero lo peor no era solo el olor; se decía que en el hospital había un fantasma que aparecía durante el día justo en el pasillo que teníamos que transitar para llegar a la morgue. ¡Qué vergüenza! Casi todos los estudiantes éramos unos miedosos, así que nos abrazamos temerosos en ese pasillo hacia la morgue el primer día de clases. Al llegar a nuestro destino, escuchamos un ruido extraño. Todos nos miramos con ojos desorbitados; ¿sería el fantasma? Al final resultó ser un compañero que decidió hacer su propia versión del “Juego del Escondite” y se metió en una camilla cubierto con una sábana, haciéndose pasar por muerto. Cuando se movió para asustarnos, todos gritamos como si estuvieran a punto de comenzar el juego después de tocar el himno nacional en una final de fútbol. Su mal chiste le costó la expulsión; tal vez no era el mejor momento para hacer reír. 

 Luego pasamos a la sala de partos. ¡Oh, el milagro de la vida! O eso decía la licenciada en enfermería que fungía como profesora mientras yo trataba de no desmayarme al ver todo el espectáculo: gritos ensordecedores de las parturientas, fluidos por todas partes y una placenta que se parecía más a una pizza deshecha que a cualquier cosa digna de admiración. En ese momento, decidí que jamás tendría hijos; ya ni siquiera quería tener una mascota. 

 Después nos llevaron a la sala de quemados. El olor era algo indescriptible; una mezcla entre carne asada y algo muy, muy malo. Intenté no pensar en lo que realmente estaba olfateando mientras mi estómago hacía acrobacias dignas del Circo del Soleil. “¿Pero qué hago aquí?”, pensé mientras trataba de encontrar mi zen en medio del caos. 

 La siguiente parada fue traumatología. Huesos rotos por doquier; la visión era como seguir en la película de terror que mencioné al principio, donde todos los efectos especiales fallaban. Gente con yesos por todas partes y yo sintiéndome como si estuviera en una versión macabra del juego “Operando”. Me reí para no llorar mientras pensaba: “Si esto es lo que me espera en el futuro, mejor empiezo a preparar mi estomago”.

Finalmente llegué a urología. Aquí fue donde se desató el verdadero horror: unos hombres me decían: “Enfermerita, ven a revisar mi sonda”. Tenía que aprender a revisarla… ¿en serio? Yo venía de una familia de puras mujeres; jamás había visto a un hombre desnudo en persona y ahora estaba frente a esta situación tan… íntima. Me puse roja como un tomate mientras intentaba concentrarme en las instrucciones de la licenciada en enfermería.

Me sentí como si hubiera cruzado a otra dimensión, donde la inocencia de mis 15 años se desvanecía más rápido que el sonido de una campana. Allí estaban los hombres, todos con miradas que decían “ayúdame” y una necesidad evidente de sondas. ¡¿En serio?! Jamás pensé que el dibujito de puericultura se viera así en persona. Con cada instrucción que escuchaba, mi mente gritaba: “¡Esto no es lo que imaginé cuando soñaba con ser doctora!” Era como si me hubieran lanzado al fondo de una piscina llena de situaciones incómodas, y yo no sabía nadar. Mientras intentaba mantener la compostura, pensaba: estoy siendo despojada de mi candidez a pasos agigantados. ¡Qué trauma!

Allí mis pensamientos se dispararon: “¿Por qué no elegí ser abogada? ¡Eso suena mucho más seguro y menos traumático!”  Así fue como decidí que mi futuro no estaba en los pasillos del hospital sino en las aulas del derecho. Me imaginé defendiendo casos en vez de lidiar con fluidos corporales o con sondas que espantan…  

 Al final, no terminé el curso…ni siquiera aprendí a inyectar, pero aprendí que a veces hay que pasar por experiencias espeluznantes para encontrar nuestro camino.

Diannaly Muñoz: Abogada. Directora del Centro de Asesoría Legal Padre Olaso. Profesional con un gran sentido de la justicia, alto nivel de experiencia en materia procesal, hidrocarburos, Derechos Humanos de las mujeres y equidad de género y un verdadero interés por asesorar y orientar a particulares para la solución de problemas legales así como su acompañamiento en trámites ante instituciones públicas o privadas, habilidades para redacción de documentos y recopilación de documentación e información.

diannalymunoz@yahoo.com

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